Tal vez debería hablar del partido, pero no sabría explicarles que duró 15 minutos. Me preparé para la despedida, y aún así me tomó por sorpresa. No es fácil ver ir a alguien, cuando se lleva una era de perseverancia y victoria.

15 minutos y a media asta por una lesión que lo acompañó en secreto. La petición de evitar homenajes previos y posteriores al partido, porque el foco debía estar en el triunfo y así, conseguir la clasificación que le traería al club una buena bocanada de aire. Las convicciones de todo un estadio, en sólo un par de botines.

Convirtió un gol y fue anulado por posición adelantada. Que me disculpen los vitalicios de la justicia, pero tanta corrupción hemos visto, que un off-side no cobrado no le hubiera hecho daño a nadie. A él no le importó, porque jamás se trató de protagonismo, sino de gloria. Luchó por ella desde que pisó el club por primera vez, y se mimetizó en los mismos colores que lleva el cielo.
15 minutos, una ovación, un jolgorio y un adiós.

Comparto su religión, y es por eso que decidí aceptar que aún faltaban otros 75 para lograr el objetivo. Javier Correa se hizo cargo de la misión, y definió como no había podido antes. Dos veces. Darío Cvitanich será denunciado, porque en su documento de identidad dice tener 37 años, y ayer entró a la cancha con la impronta de un pibe de 19. Será que cuando despedimos a alguien, lo vemos igual a como llegó. Fresco, energético, inteligente, voraz.

Verán muchos análisis de este partido, y ojalá los entretenga. Por esta vez, me mantendré al margen de las estadísticas. Porque fueron dos despedidas, dos gritos de gol y un triunfo que dio respiro.

¿La clasificación a la Copa Sudamericana? Otra victoria gracias a la exigencia y al sentido de pertenencia que contagió Lisandro.

“Me voy, pero antes festejemos una vez más”.

Nota por Micaela Vitello